Como es bien sabido del que es sin duda el fósil más popular, un trilobites es un animal dotado de un caparazón externo, es decir, de un exoesqueleto. Como ocurre en los crustáceos actuales, a medida que el animal va creciendo necesita mudar de caparazón. Gracias a esta peculiaridad el número de fósiles de trilobites es tan grande.
Ya en el Cámbrico medio berciano podemos encontrar ejemplares completamente desarticulados de Paradoxydes: se observan pleuras sueltas agrupadas desensambladas y puntas genales.
En otros periodos posteriores como el Ordovícico también se encuentran restos desarticulados: en este caso cefalón y tórax+pigidio quedan separados ya que es por su unión por dónde salía el nuevo trilobites.
En algunos periodos posteriores como el Silúrico, podemos encontrar ejemplares juntos en gran cantidad, probablemente lugares de acúmulo en zonas profundas del lecho marino, como ocurre con los trilobites encrinúridos. Allí se acumulaban arrastrados por las corrientes marinas y se encuentran en completo desorden.
En algunos casos hay esqueletos completos y diferentes etapas larvarias.
Ya en el periodo Devónico Inferior podemos encontrar exuvios de trilobites facópidos, muy representativos de este periodo en la mayoría de los mares de la época y representados en El Bierzo:
Aquí podemos ver un gran cefalón cuyos grandes ojos esquizocroales también mudaban: al ser ojos formados por lentes de aragonito, se iban deteriorando con el paso del tiempo y también se renovaban.
Para concluir, podemos decir que las mudas o exuvios de los trilobites son mucho más frecuentes que los fósiles completos y nos permiten conocer uno de los principales secretos de los trilobites, que les permitió adaptarse a distintos cambios ambientales y sobrevivir a lo largo de millones de años.