Este fin de semana estuve en una de las minas a cielo abierto más grandes de Laciana. El paisaje que puede contemplarse desde lo alto es espectacular, con el incomparable marco de la Cordillera Cantábrica como telón de fondo. Todo este paisaje es un tratado de geología en sí mismo.
El carbonífero estefaniense que puede verse es muy completo, con gran cantidad de cortezas de diferentes licofitas, aunque la mina ha sido masivamente expoliada por su fácil acceso desde el fin de las actividades mineras.
Lo más llamativo de este carbonífero es la abundancia de un tipo de planta arbórea gimnospermofita poco común por lo general y menos en tal abundancia: se trata de Cordaites. Los restos de sus hojas acintadas están presentes en gran cantidad. Su fosilización resalta por su intenso color negro brillante que destaca sobre el tono rosado de las areniscas y cuarcitas.
Los restos de hojas de cordaitales se acumulan por doquier en grandes canchales, debido al impresionante movimiento de tierras que supuso acceder a las capas de carbón, algunas de las cuales superaban los dos metros de espesor. Para llegar hasta ellas fue necesario un impresionante desmonte que ha dado lugar aetas enormes escombreras.
El trabajo minero ha dado lugar a la formación de algunas lagunas artificiales, algunas de ellas de gran tamaño.
Algunos troncos de licofitas se han preservado y pueden verse en el Aula Geológica de Robles de Laciana. En este caso se trata de un Syringodendron.
Este Aula Geológica, inaugurada hace poco, contiene un resúmen de la flora Estefaniense de Laciana y muestra algunos de los fósiles de plantas más característicos de Carrasconte.
Las obras de desmonte y restauración de esta mina a cielo abierto ya han comenzado y pronto este fabuloso espectáculo del carbonífero lacianiego desaparecerá de nuestra vista y con él este viaje a un tiempo tan fascinante como infrecuente: el carbonífero. Seguirá el inexorable destino de Fonfría y Feixolín: la restauración.
Y de fondo la incomparable silueta de la Cantábrica.